
A mi mujer
Dedicatoria
El que va tras flores halla espinas
El que va tras espinas halla flores
- I -
Entre incesantes,
improvisas fiestas,
¡cuán presto pasa el suspirado día
que bulliciosa turba en las florestas
consagrara al amor y la alegría!
¡Cuán presto!... Ved. -La tarde moribunda
los párpados entorna en Occidente,
e inadvertida oscuridad profunda
va envolviendo al tropel indiferente...
Melancólico al fin lejos resuena
el toque de oración, eco de un mundo
que a Dios acude en su constante pena,
y, tétrica y medrosa,
la antes alegre turba bulliciosa
regresa a sus hogares
y al cotidiano afán de sus pesares.
¡Pasó, y no volverá! ¡Pasó aquel día
de vano aturdimiento y de locura
que les dispuso en la enramada umbría
el genio del placer y la hermosura!
-Helos tornar entre la sombra oscura...
¡Feliz aquel que vuelve aprisionado
en las redes de amor, y enamorada
ve a la prenda querida que a su lado
suspira por la luz de una mirada!
Pero, de tantas descuidadas risas,
de la danza frenética y del canto,
de los besos fiados a las brisas,
¿qué más le resta que mortal quebranto
al que en su pobre corazón vacío
tan sólo siente el gotear del llanto
que lento infiltra el implacable hastío?
- II -
Así tornaba yo de los pensiles
de mis años floridos, contemplando
cómo aquellos quiméricos abriles
vinieron y se fueron tan callando.
Soñando entré en mis años juveniles;
soñando los pasé; salí soñando...
y al despertar entonces me veía
solo, en la noche de un soñado día.
Detrás de mí, cerrada y misteriosa
quedaba, ya distante, una arboleda,
cuyas ramas mil veces cariñosa
meció para arrullarme el aura leda...
¡Era mi juventud! -Triste y oscura,
como negra alameda
plantada entre una y otra sepultura,
ya al lejos la enramada aparecía...
¡Allí quedaba la corriente pura
que bullir entre céspedes veía;
allí la senda abierta entre las flores;
allí la sombra que gustar solía,
y el trino de los tiernos ruiseñores;
que nunca más ¡ay triste! ¡escucharía!...
La edad cruel en tanto me empujaba
por áridos senderos:
-¿Adónde caminaba?-
¡Sólo el recuerdo inútil me quedaba
de mis años primeros!
¡El recuerdo no más!... -¡Oh vil memoria,
cómplice fiera del ajeno olvido!
¿Qué me valía la pasada historia,
si era ya el corazón desierto nido?
¿A qué hablar de las aves pasajeras,
que huyeron hacia nuevas primaveras
al árbol en que ayer su amor cantaron?
¡Qué valen a las áridas praderas
las flores que sin fruto se secaron?
¡Fueron ¡ay! mis estériles venturas
leves nubes del cielo,
cuyas mudables tintas y figuras
arrastra el aire en su callado vuelo!
Y mis ídolos fueron sueños míos,
que yo, insensato, apellidé querubes;
y a merced de mis propios desvaríos,
mudaron nombre y forma y atavíos,
como a merced del sol cambian las nubes.
Muerto en mi cielo el luminar del día,
borrados de mis sueños los antojos,
huérfano el corazón, solo y sin guía,
breñas y abismos viendo ante mis ojos,
¿cómo arrostrar la pedregosa vía,
cubierta de malezas y de abrojos?
¿A qué existir? ¿A qué tan cruda guerra,
si era un desierto para mí la tierra?
En la dorada copa de la vida,
de grato néctar por el cielo henchida,
no quedaba ya más que la hez amarga
y el veneno fatal de la experiencia...
¿Qué hacer de mi existencia?
¿Vivir... para morir? ¡Imbécil carga!
¿Esperar? ¿Merecer? ¡Atroz violencia!
¡Cáncer cuyos dolores nunca embarga
el bálsamo eficaz de la paciencia!
- III -
Imagínate ahora, esposa mía,
-tú, a quien mi alma reverente canto
en estos versos tímidos te envía,-
que, en tanta soledad y duelo tanto,
cuando más tenebroso mi camino
era y más triste mi ignorado llanto,
hubiese visto en el confín del cielo
alzarse blanca, pura, misteriosa,
la bienhechora luna tras un monte,
esclareciendo con su faz radiosa
la densa lobreguez de mi horizonte.
Imagínate el gozo con que viera
inundarse de luz la ingente esfera,
reaparecer el mundo ante mis ojos,
y en medio de los ásperos abrojos,
serpentear la senda ya perdida...
así como del alma agradecida
la emoción y contento
al verse acompañada y asistida
de la casta deidad del firmamento.
Idólatra o amante,
fijos mis ojos en aquel semblante
que una paz inmortal me prometía,
hubiérale sin duda abierto el alma,
diciéndole: «Pon fin a aquesta guerra,
»y apártame por siempre de la tierra,
»tú que del cielo vives en la calma.
»Llévame de este mundo y de esta vida
»a otro mundo mejor donde las flores
»no desparezcan en veloz huida
»al soplo de los vientos bramadores.
»¡Háblame de delicias inmortales;
»cuéntame las grandezas de esa altura;
»que vivos en mi alma los raudales
»aún están de la fe y de la ternura!».
Tal hubiérale dicho yo a la Diosa,
al verla aparecer... Mas no era ella:
no fue la luna la deidad radiosa
que allí me apareció... -¡Cuánto más bella
y cándida y piadosa,
a mis ojos lució gentil doncella!...
-Pero mis labios sella
ese rubor que en tu mejilla casta
me suplica modesto que no siga...
No temas. -Yo también ¡oh dulce amiga!
tiemblo y bendigo y enmudezco... -Basta.
- IV -
¿Ni a qué más? ¿Por ventura, al dedicarte
estas desaliñadas poesías,
fatuas de inspiración, mofa del arte,
cosecha ingrata de los tristes días
que viví sin amarte,
fuera noble que gárrulas excusas
te diese, como suelen los conversos,
sobre la varia multitud de Musas
que verás invocadas en mis versos?
No: ni fuera cortés (y lo pasado
merece cuando menos cortesía)
renegar a la postre de ese coro,
ayer tan celebrado,
que vaga entre una y otra poesía,
¡ni tu propio decoro
semejante hecatombe aceptaría!
¡Baste decir que para ti he reunido
éstas que llamaré marchitas flores
dispersas por el viento del olvido,
y que en todas cantara tus amores...
si primero te hubiera conocido!
JUAN VALERA:

Fantasía
Un campo es el corazón,
un campo que tiene flores,
que se engalana con ellas
porque son sus ilusiones,
con cuyo perfume alienta,
cuyo perfume es su goce,
cuyo perfume embalsama
del corazón las regiones;
porque en el aire perdidas
las esperanzas del hombre,
son de la flor la semilla
con la que el campo cubriose.
Pero esta flor se marchita,
que está del sepulcro al borde,
porque tan sólo un momento
nos duran las ilusiones,
y el jardín se cambia en páramo
y en hojas secas las flores,
porque yermo el corazón
para siempre ya quedose.
Porque hay un huracán en la llanura
que el viento del deseo lo formó,
que marchitó del campo la verdura
y la flor gaya de ilusión seco.
Y este huracán, que lo engendró el deseo,
es la pasión que vomitó Luzbel,
y en sus alas marchito y en trofeo
lleva el que fue del corazón vergel.
Y deja un tronco seco y deshojado
de espinas lleno, lleno de dolor,
y éste es el desengaño, que clavado
se nos queda cual dardo matador.
EMILIA PARDO VAZAN:

JOSE DE ESPRONCEDA:
ELEGÍA
¡Cuán solitaria la nación que un día
poblara inmensa gente!
¡La nación cuyo imperio se extendía
del Ocaso al Oriente!
Lágrimas viertes, infeliz ahora,
soberana del mundo,
¡y nadie de tu faz encantadora
borra el dolor profundo!
Oscuridad y luto tenebroso
en ti vertió la muerte,
y en su furor el déspota sañoso
se complació en tu suerte.
No perdonó lo hermoso, patria mía;
cayó el joven guerrero,
cayó el anciano, y la segur impía
manejó placentero.
So la rabia cayó la virgen pura
del déspota sombrío,
como eclipsa la rosa su hermosura
en el sol del estío.
¡Oh vosotros, del mundo, habitadores!,
contemplad mi tormento:
¿Igualarse podrán ¡ah!, qué dolores
al dolor que yo siento?
Yo desterrado de la patria mía,
de una patria que adoro,
perdida miro su primer valía,
y sus desgracias lloro.
Hijos espurios y el fatal tirano
sus hijos han perdido,
y en campo de dolor su fértil llano
tienen ¡ay!, convertido.
Tendió sus brazos la agitada España,
sus hijos implorando;
sus hijos fueron, mas traidora saña
desbarató su bando.
¿Qué se hicieron tus muros torreados?
¡Oh mi patria querida!
¿Dónde fueron tus héroes esforzados,
tu espada no vencida?
¡Ay!, de tus hijos en la humilde frente
está el rubor grabado:
a sus ojos caídos tristemente
el llanto está agolpado.
Un tiempo España fue: cien héroes fueron
en tiempos de ventura,
y las naciones tímidas la vieron
vistosa en hermosura.
Cual cedro que en el Líbano se ostenta,
su frente se elevaba;
como el trueno a la virgen amedrenta,
su voz las aterraba.
Mas ora, como piedra en el desierto,
yaces desamparada,
y el justo desgraciado vaga incierto
allá en tierra apartada.
Cubren su antigua pompa y poderío
pobre yerba y arena,
y el enemigo que tembló a su brío
burla y goza en su pena.
Vírgenes, destrenzad la cabellera
y dadla al vago viento:
acompañad con arpa lastimera
mi lúgubre lamento.
Desterrados ¡oh Dios!, de nuestros lares,
lloremos duelo tanto:
¿quién calmará ¡oh España!, tus pesares?,
¿quién secará tu llanto?
GERARDO DIEGO:
Góngora 1927
Era el mes que aplicaba sus teorías
cada vez que un amor nacía en torno
cediendo dócil peso y calorías
cuando por caridad ya para adorno
en beneficio de esos amadores
que hurtan siempre relámpagos y flores
Ella llevaba por vestido combo
un proyecto de arcángel en relieve
Del hombro al pie su línea exacta un rombo
que a armonizar con el clavel se atreve
A su paso en dos lunas o en dos frutos
se abrían los espacios absolutos
Amor amor obesidad hermana
soplo de fuelle hasta abombar las horas
y encontrarse al salir una mañana
que Dios es Dios sin colaboradoras
y que es azul la mano del grumete
—amor amor amor— de seis a siete
Así con la mirada en lo improviso
barajando en la mano alas remotas
iba el galán lacrándole el aviso
de plumas blancas casi gaviotas
por las calles que huelen a pintura
siempre buscando a ella en cuadratura
Y vedla aquí equipando en jabón tierno
globos que nunca han visto las espumas
vedla extrayendo de su propio invierno
la nieve en tiras la pasión en sumas
y en margaritas que pacerá el chivo
su porvenir listado en subjuntivo
Desde el plano sincero del diedro
que se queja al girar su arista viva
contempla el amador nivel de cedro
la amada que en su hipótesis estriba
y acariciando el lomo del instante
disuelve sus dos manos en menguante
«A ti la bella entre las iniciales
la más genuina en tinta verde impresa
a ti imposible y lenta cuando sales
tangente cuando el céfiro regresa
a ti envío mi amada caravana
larga como el amor por la mañana
Si tus piernas que vencen los compases
silencioso el resorte de sus grados
si más dificil que los cuatro ases
telegrama en tu estela de venados
mis geometrías y mi sed desdeñas
no olvides canjear mis contraseñas
Luna en el horno tibio de aburridas
bien inflada de un gas que silba apenas
contempla mis rodillas doloridas
así no estallen tus mejillas llenas
contempla y dime si hay otro infortunio
comparable al desdén y al plenilunio
Y tú inicial del más esbelto cuello
que a tu tacto haces sólida la espera
no me abandones no Yo haré un camello
del viento que en tus pechos desaltera
Y para perseguir tu fuga en chasis
yo te daré un desierto y un oasis
Yo extraeré para ti la presuntuosa
raíz de la columna vespertina
Yo en fiel teorema de volumen rosa
te expondré el caso de la mandolina
Yo peces te traeré (entre crisantemos)
tan diminutos que los dos lloremos
Para ti el fruto de dos suaves nalgas
que al abrirse dan paso a una moneda
Para ti el arrebato de las algas
y el alhelí de sálvese el que pueda
y los gusanos de pasar el rato
príncipes del azar en campeonato
Príncipes del azar Así el tecleo
en ritmo y luz de mecanografía
hace olvidar tu nombre y mi deseo
tu nombre que una estrella ama y enfría
Príncipes del azar gusanos leves
para pasar el rato entre las nieves
Pero tú voladora no te obstines
Para cantar de ti dame tu huella
La cruzaré de cuerdas de violines
y he de esperar que el sol se ponga en ella
Yo inscribiré en tu rombo mi programa
conocido del mar desde que ama»
Y resumiendo el amador su dicho
recogió los suspiros redondeles
y abandonado al humo del capricho
se dejó resbalar por dos rieles
Una sesión de circo se iniciaba
en la constelación decimoctava
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